
Jiguaní. Santuario Cubano. Yo tenía una deuda que cumplir con Jiguaní. ¿Se concibe estar en Oriente, ser parte y raíz oriental, y no visitar ese santuario de patriotismo mambí que es Jiguaní? Siempre, por una u otra razón, no pude hacerlo. Y esto me andaba en la conciencia como una falta que exigía reparación inaplazable. Y ya he visto a Jiguaní, y puedo vivir sin cargos de conciencia… Todo cubano debía hacer el viaje al santuario jiguanicero. Allí no hay sepulcros de profetas, pero sí abundan los de mambises ilustres; no se busque la ostentación monumental, ni las grandes ruinas al estilo grecorromano…Acaso sus propios vecinos viven con un poco de orgullo de hidalgos rurales, muy apegados a su tradición, a sus costumbres y a sus anchas casonas de altísimo puntal, ventiladas y amorosamente acogedoras. En Jiguaní nada encontrará la sed descubridora del turismo…; pero hay algo que no puede escapar a la aguzada pupila de un buen observador. Jiguaní es el pueblo de la Independencia. Y esto…basta para consagrarlo para siempre. ¿Qué mejor ni más elevado abolengo puede exhibir un pueblo? Ese fue el primer pueblo libre del 68 y también del 95… Máximo Gómez y Calixto García enseñaron a los españoles lo que significaba el filo de los machetes mambises. De su Valla de Gallos salieron sus hombres a morir por la libertad un 24 de febrero. Yara será siempre el hermoso impulso precursor; Bayamo, el sacrificio y la epopeya. Pero Jiguaní es la Independencia; sin él no puede hacerse la historia de Cuba…A veces, caminando por sus callejuelas estrechas, se me antojaba pensar que en cualquiera esquina habría de salir la colosal estampa de Calixto García…Y vemos como si fuera un desafiar de vetustos daguerrotipos, las sombras perdidas de Rabí; del General José Pérez, la mano derecha de Céspedes, el fiel amigo de Bijagual; al intrépido Reyes Arencibia; a Manana, bravo y generoso; a Salcedo; al Coronel Alberto Báez, hombre de leyenda que todo Jiguaní venera en su vejez cargada de laureles, y que todavía, al relatar las sabrosas hazañas de la guerra, sonríe con su ancha y ruidosa risa de niño travieso… A Jiguaní hay que vestirlo de fiesta, para que todo el que llegue a sus puertas lo vea como un viejecito muy celoso y envanecido de su gloria pasada, pero también muy pulcro y cuidadoso de su persona. No es posible aceptar tanto abandono y tanta desidia con Jiguaní. ¿Abandonaría nadie a un padre o a una madre?… pues esto es lo que está haciendo la República con ese pueblo cargado de años y de enaltecedores heroísmos. Algo hay que hacer, y hacerlo pronto. Que ese santuario cubano brille de cuidado y esmero, como resplandece por su historia, rutilante y señero.Sí, hay que vestir de fiesta a Jiguaní, porque es el pueblo de la Independencia.